sábado, 20 de octubre de 2007

Nuestro Trabajo

Memorias

Soy Víctor Meano, hoy en día (en 1904) estoy en mi casa de Rodríguez Peña sentado en mi sillón, observando el fuego de la leñera, navegando en mis pensamientos. Como de costumbre el primer recuerdo que me ronda en la memoria: “estaba en Italia, era el 12 de febrero del año 1889 cuando me encontraba en mi vivienda leyendo el periódico. Llegó el cartero y me entregó una carta de parte de Francisco Tamburini:

12 de febrero de 1889
Estimado señor Meano:
Le tengo una propuesta. Recientemente he sido convocado para trabajar en la reforma de un teatro, en Buenos Aires (Argentina). Me han asignado su diseño, para ello requiero su ayuda. Tendrá un viaje pago y un considerable sueldo. Si la idea le agrada confírmemelo para dentro de dos días, ya que el barco partirá el 16 del corriente .Yo lo estaré esperando en la parte sur del puerto principal


Atentamente
Ing. Francisco Tamburini.


La decisión la medité bastante, pero llegué a la conclusión que debido a mi situación económica, tenía que aceptarla. Le confirme mi concurrencia, prepare el equipaje, me despedí de mis seres queridos y el 16 me encontraba en el puerto junto a Francisco Tamburini. Frente a mis ojos se hallaba un majestuoso barco llamado “Firenze”. Sonó el llamado de aviso para abordar. Sin mas preámbulos subimos a la embarcación esperando la partida del mismo. Fue un viaje de primera clase, con una duración de veinte días; recuerdo que los conté minuciosamente. Finalmente llegamos a destino, nos encontramos con el gobernador, era un hombre alto, de cabello negro y barba, su mirada infundía nobleza. Nos llevó a su oficina y nos dijo: mucho gusto, los contrate ya que son los mejores arquitectos que encontré hasta la fecha. Deberán reformar un teatro de gigantescas magnitudes que puede albergar a mas de cinco mil personas. Tiene un salón principal, biblioteca, una cúpula excepcionalmente hermosa que lamentablemente con el paso de los años se fue desgastando, gran cantidad de columnas con incrustaciones de oro y muchos más. El nombre es “el Teatro Colón”. Impresiónenme y serán recompensados.
Lo primero que hicimos fue comprar dos viviendas vecinas ubicadas en la calle Rodríguez Peña, para nuestra estadía en Buenos Aires, que por lo que parecía iba a ser larga. El diseño de la reforma dejo anonadado al jefe ya que le incluía dos salas nuevas. Dijo que era mejor aún al que había imaginado. Debíamos contratar artistas, obreros, jefes de obra, supervisores y escultores. Y a un artista llamado Raúl Soldi, al que le encargamos el trabajo de volver a pintar y decorar la parte interior de la cúpula, En total serian aproximadamente tres mil personas. Toda esta movida nos mantuvo ocupados aproximadamente cinco meses. Luego de aquella convocatoria comenzaba lo más difícil y para lo que habíamos venido a Buenos Aires: reformar el teatro.
El 18 de abril de 1900, el día tan esperado, comenzó la reforma de nuestro futuro teatro. Contábamos con tirantes y armazones de hierro, elementos que en Argentina nunca se habían empleado hasta la fecha. Comenzó la obra. Era la estructura más grande que se iba a construir en Buenos Aires.
Desde Italia arribaron las nuevas columnas, con el estilo del arte jónico y dórico y con incrustaciones de oro, los ladrillos, los materiales para los vitrales, y las esculturas. Era un trabajo sumamente peligroso ya que eran seis pisos y había que trabajar con andamios. Hubo muchos accidentes, varios heridos y cuatro fallecimientos. En ese entonces me informaron que mi amigo el Ing. Francisco Tamburini había tenido un problema de salud y lamentablemente lo tuvieron que trasladar a un hospital. Pasados catorce días llegó el anuncio de que el Ingeniero había fallecido, dejándome a mí como único encargado de la reforma del teatro. Fui el responsable de avisar a sus familiares semejante tragedia. Los mismos pidieron desesperadamente el traslado de su cuerpo a Italia. Ello fue aceptado sin ninguna objeción. La perdida de tan honorable persona fue un acontecimiento que nos afligió, pero tuvimos que sobrellevarlo. Colocamos los ladrillos y reformamos las instalaciones de gas para la araña. Con todo esto ya habían pasado dos años. Colocamos el cemento, las columnas y los vitrales. Posteriormente se volvió a pintar la cúpula que fue pintada por Raúl Soldi quien hizo un excelente trabajo, esto solo nos costó otros dos años. Se pintó el teatro se colocó el escenario confeccionado con madera canadiense, se colocaron las esculturas (más de treinta), que fueron talladas a mano por escultores de origen francés, muebles y adornos de estilo francés, los palcos de madera, las barandas, las escaleras de mármol, las alfombras y cortinas. Logramos reformar el salón principal, una sala con una acústica perfecta, donde se encontraba el escenario, un salón al que se llamó “Salón de los Bustos” donde se colocaron la mayoría de las esculturas y una extensa biblioteca que contenía más de un millón de libros distribuidos en treinta y dos estanterías por toda la habitación.”


Este recuerdo me pone nostálgico… De pronto escucho un ruido en la habitación contigua. Alterado me levanto y voy caminando hacia la alcoba y me encuentro con un rostro familiar. Es Carlos Pacera, mi antiguo mucamo al que despedí nueve meses atrás, veo que desenfunda una pistola, escucho un ruido...

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